Hace muchos años, cuando entusiasmado por la investigación histórica indagaba denodadamente y solicitaba copias de documentos de todo tipo a los archivos que frecuentaba, recopilé cosas muy interesantes, que con el tiempo y después de revisarlas concienzudamente una y otra vez, fueron poco a poco
contándome historias preciosas... Solo había que aprender a interpretar correctamente las informaciones que estás fuentes me ofrecian. Y es que las fuentes documentales, aunque parezca una perogrullada, son precisamente eso: "fuentes"; y como fuentes de ellas emanan a borbotones todo tipo de datos e informaciones que
bebidos a traguitos sacian nuestra sed de conocimento. Eso sí, sólo hay que saber qué preguntarlas; en cierta forma es como si interrogaramos al Oráculo de la Verdad, esperando obtener una respuesta convincente.
Una vez hecha la pertinente pregunta, el "consultante" debe interpretar su respuesta siempre bajo el filtro del razonamiento crítico y por supuesto del conocimiento histórico, que como el valor en un soldado, se le supone a cualquier historiador que se precie.
Pues bien, recientemente he descubierto, entre esos materiales ya antiguos, una hoja del Padrón Quinquenal Municipal del Madrid de 1910. A simple vista podría parecer un simple y aburrido documento administrativo, pero nada más lejos de la realidad, dejadme contaros todo lo que de él se desprende y he podido averiguar tirando del hilo. Prometo sorprenderos de nuevo.
Permitirme que os sirva de Cicerone una vez más en nuestro viaje al pasado.
Viajemos en el tiempo, pongamos rumbo al pasado de nuestra familia paterna. ¡Venga! Subid y acomodaos en el cochecito Simón de la abuela Magdalena porque hoy nos vamos de paseo por el viejo Madrid; un Madrid tan castizo y retrechero como el mismo Barrio en el que vivieron los Carbonell en las primeras décadas del siglo pasado, Chamberí.
Empecemos precisamente por la dirección que indica el documento oficial de marras: la calle Sagunto número 4, en pleno Barrio de Chamberí, uno de los barrios más chulos de la capital - ¡cabal!.
Aquí se ubicaba el inmueble que además de casa de vecindad era donde se encontraban las cocheras de la empresa familiar de la tatarabuela Magdalena, dónde se guardaban los coches y los caballejos que tiraban todo el día de los susodichos artefactos por las calles de aquel abigarrado y castizo Madrid.
No sabemos a ciencia cierta de cuántos coches se componía la "flotilla" de los Carbonell, pero seguro.que acertaremos si pensamos en unos cuatro o cinco, habida cuenta que en aquella casa había al menos 3 hermanos varones cocheros. El tipo de coche que tenían se correspondía sin lugar a dudas con el género o "especie" que todo cochero madrileño debía tener por aquel entonces: Para la época fría e invernal la "Berlina", que era el más apropiado y confortable ideal para proteger al viajero de la lluvia y el frío; y para época estival el "Milord", más conocido en Madrid como la "Manuela", más ligero y que podía descapotarse, lo cual era un desahogo en verano.
Los "simones" o "coches de punto se convirtieron en el medio de transporte más popular en Madrid desde su aparición, en el siglo XVIII hasta la aparición del automóvil.
A comienzos del siglo XX, época que nos ocupa en este artículo, contaba ya el coche Simón con una larga tradición o solera.
Fue un invento del genial gallego Simón Tomé, quien muy acertadamente lo consiguió implantar nada menos que en la Villa y Corte. De él tomó, como ya habéis supuesto, su nombre; y su historia fue larga...
El revolucionario invento de aquel genial gallego, antecedente de lo que dos siglos después sería el taxi, era fabricado por el mismo, por lo que enseguida obtuvo pingües beneficios que le permitieron vivir sin excesivas preocupaciones.
A pesar de las limitaciones e inconvenientes del recién inventado artefacto, había creado un vehículo público realmente barato, novedoso, cómodo y hasta ágil. El coche Simón , estuvo rodando por Madrid de forma ininterrumpida desde finales del XVIII hasta la aparición del automóvil, allá por los años 30 del siglo XX, justo antes de la odiosa Guerra Civil Española.
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En 1935 era ya muy raro ver simones por Madrid |
El nombre o denominación "simón" se convirtió con el tiempo en una forma genérica para designar a todo tipo de coche de caballos, ya fuera un Millord, un Coupé, un Cabriolet, una Berlina, o un Landó, todos serán para el pueblo de Madrid: "Simones"; y su popularidad creció tanto que hasta llegó a ocupar páginas gloriosas de nuestra literatura patria.
Recordemos, por ejemplo, el hermoso poema del insigne Mesonero Romanos, incluido en su obra Escenas Matritenses, titulado: "El Coche Simón".
Su primera estrofa servirá para que os hagáis una ligera de idea de como era su aspecto. Aquí os la dejo:
"Hay en Madrid un simón que se alquila no sé dónde
y tiene más aventuras que Gil Blas o Don Quijote
Su figura es de caldera
verde y negro sus colores,
no tiene muelles en ce,
ni persianas ni faroles
ni menos en sus costados se ostentan empresas nobles,
ni guarnecido pescante con dobles cifras de bronce".
Por lo entretenida que es su historia y su genial narración rimada os recomiendo su lectura, seguro que os va a gustar. ¡La de aventuras que vive el pobrecito coche simón a lo largo de su dilatada existencia! Es su vida un fiel reflejo de la Historia de nuestra querida patria, aquella España de los siglos XVIII y XIX, hoy tan lejanos.
Volvamos a lo nuestro: Fue a partir de los años 30, como ya he apuntado anteriormente, cuando asistimos a su total decadencia y finalmente, poco a poco, a su total desaparición. A mediados de los años 50 solo quedaban en Madrid dos cocheros de simones, que se hicieron famosos precisamente por esa gesta, aunque eran conocidos de siempre por todo Madrid. Eran dos "instituciones vivientes," unos auténticos "dinosaurios del Gremio", que sobrevivían como podían. Se llamaban: el "Melitón"; y el "Madriles", un tipo auténtico este último que parecía sacado de una zarzuela y de quien desconocemos su nombre de pila. Saltó a los papeles en los 50 del pasado siglo gracias al escritor César González Ruano. Da la casualidad que este personaje, castizo donde los haya, avecindado en una típica corrala de la Calle Mesón de Paredes para mayor gloria de su chulería, tuvo también sus cocheras en el Barrio de Chamberí; concretamente en la Calle del Castillo, sita a tiro de piedra de la ya mencionada Calle Sagunto, donde nuestra familia tuvo las suyas.
Si os gusta este tema os recomiendo un magnífico artículo escrito por Carlos Arévalo que lleva por título "Los últimos paseos del Madriles", lo tenéis en el Cronista Cultural, página de libre acceso en Internet. Para los que llevamos el casticismo en nuestro ADN, por nacimiento y herencia, es una delicia poder leer este tipo de publicaciones. Igualmente os lo recomiendo.
Bueno sigamos con nuestra hoja del Padrón de 1910 para presentaros a todos los habitantes de aquella casa, sita en pleno barrio de Chamberí. Vamos a empezar por la cabeza de familia, dueña y titular de la empresa de simones en aquel momento. Estoy refiriéndome a la tatarabuela Magdalena. Su nombre completo era Magdalena Pardo Montolio, natural de Madrid, aunque sus padres no.
Era hija de Joaquín Cirilo Pardo Ruao (1813-1880) nacido en Lerín, Navarra, como muchos de sus antepasados y de Vicenta Montolio, nacida en Montán, Castellón entre 1830 y 1840 y fallecida en Madrid capital, en fecha indeterminada después de 1897, en casa de la abuela Magdalena o de alguno de sus otros dos hijos, cuyos nombres desconocemos, pero eso sí, sabemos que estuvieron casados con una tal Felisa Montes y un tal Eduardo Lachica.
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La tatarabuela Magdalena |
Magdalena nació ya aquí, en la Villa y Corte, el día 1 de febrero de 1866, desconozco en que parroquia fue bautizada. De ella sabemos por el Padrón de 1910 que ya era viuda de su primer marido, nuestro tatarabuelo Antonio Juan Carbonell Ribera, quien debió de fallecer en los primeros años del recién estrenado siglo XX. Es el motivo, posiblemente, por el que figure Magdalena como titular del negocio o "industrial"; en realidad no sabemos si la empresa familiar de simones pertenecía a la familia de la tatarabuela o bien fue fundada por su marido. Fuera como fuere, en aquel Madrid de finales del XIX no era nada extraño que una familia de valencianos se dedicara al sacrificado oficio de cochero. A decir verdad, este oficio era típico de valencianos emigrados a Madrid y ya sabéis aquello de "Dios los cría y ellos se juntan". Era la abuela Magdalena una persona muy trabajadora, una mujer de las de antes, que además de hacerse cargo durante años de la dirección y gestión de la empresa familiar de simones, tuvo que asumir la crianza y educación de sus seis hijos. Fue muy querida por todos aquellos que la conocieron por su buen corazón y trato afable. La semblanza incluida en su recordatorio de defunción dice de ella:
" Modelo de honradez y laboriosidad fue estimada de cuantos la conocieron por la bondad de su corazón. Cariñosa para con los suyos, afable con todos, la hemos amado durante su vida y no la olvidaremos después de su muerte".
Magdalena falleció el 5 de septiembre de 1927 a la edad de 61 años. Supongo que estuvo dirigiendo la empresa hasta que enfermó para finalmente delegar en su hijo mayor, el bisabuelo Jaime Domingo Carbonell Pardo, que es el siguiente habitante de aquel inmueble de la calle Sagunto, recogido en la susodicha hoja del Padrón Municipal y del que pasaremos a hablar seguidamente.
Hoja Original del Padrón Municipal de Madrid, 1910

Cochero madrileño a la espera de clientes, Madrid 1920.
Foto: Alfonso Sánchez Portella